miércoles, 26 de septiembre de 2012

LA SALIDA ES POR LA IZQUIERDA

La salida es por la izquierda


La Presidenta dedicó su nuevo discurso a cumplir con un gran reclamo de la patronal argentina: ponerle fin a la ‘doble vía’ (resarcimiento de la ART y juicio civil) en los accidentes de trabajo.

Ahora, para acceder al pago de la ART habrá que renunciar a la vía judicial.

Es la extorsión que venía reclamando largamente la Unión Industrial.

¿Serán éstas las medidas con las que el gobierno quiere convocarnos a luchar “contra las corporaciones”?

Este ataque a los derechos obreros es la primera medida del gobierno después de los cacerolazos.

El gobierno responsabilizó de las movilizaciones del jueves a los Macri, De Narváez o Clarín.

Pero respondió a las cacerolas cumpliendo con una de las exigencias más preciadas para todos ellos.

No es una excepción por parte de un gobierno que mantiene a rajatabla el impuesto al salario.

Y que paga jubilaciones que no llegan a la tercera parte de la canasta familiar.

A costa de los que trabajan, quieren salvar una política fracasada: la que rescató durante nueve años a los privatizadores, por un lado, y a los especuladores de la deuda externa, por el otro.

El sostenimiento de este gobierno “para que no avance la derecha” sólo es otra forma de llevarnos a la victoria de la derecha.

Los cacerolazos fueron otro episodio de las múltiples manifestaciones del descontento popular.

Pero la salida a la inflación galopante, a los impuestazos o al autoritarismo político no la van a dar los Macri o los Binner, quienes empujan por una doble confiscación al bolsillo: tarifazo más devaluación.

La bancarrota capitalista -tiene un alcance internacional- tiene otra salida.

Como lo expresan en estos días miles de estudiantes en las grandes facultades de la UBA: la salida es por la izquierda.

Luchemos por una alternativa propia de los trabajadores a una crisis que no resolverán los capitalistas y sus políticos.



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MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO:Día 20

El círculo se va cerrando sobre Pedraza





25 de Septiembre



Hoy declararon seis testigos y la audiencia terminó antes de las 16 horas. Todo un record. El desarrollo del juicio es lento y raramente alcanzan a declarar más de dos o tres testigos en una audiencia. La razón fundamental son las controversias que despiertan los interrogatorios de los abogados defensores. Nuestra abogada, Claudia Ferrero, señaló a los medios durante el fin de semana “no podemos avanzar por la gran cantidad de interrogaciones que hace la defensa sin aportar nada y sin lograr nada”. Es que sus cuestionarios no surgen del desarrollo concreto del juicio sino del intento por forzar una situación que no ha sido (ni podrá ser) acreditada: que se trató de un “enfrentamiento”. Todos los testigos que declararon hasta ahora brindaron un relato homogéneo de los hechos y eso desespera a los abogados de Pedraza y su patota. “La defensa teme que lleguemos a las pruebas concretas que vinculan a la cúpula de Unión Ferroviaria con este plan criminal”, denunció Ferrero en declaraciones radiales.



La agresión -criminal y cobarde- fue descripta no solo por los militantes del Partido Obrero sino también por “arrepentidos” de la patota, obreros de la zona, un psicólogo que pasaba por el lugar, un puestero de comida al paso, un chofer de micros y hasta varios policías. Concluida la acreditación de los hechos, la fase siguiente del juicio girará en torno a la organización del ataque y a las motivaciones políticas y económicas que tuvo detrás. El

círculo se cierra con Pedraza.



Luego del testimonio de Omar Merino el jueves pasado -que insumió ocho horas agotadoras-, el tribunal se puso severo con la pertinencia de los interrogatorios. La audiencia adquirió así un ritmo más ágil y fue posible cumplir con todos los testimonios previstos para este día.



En la sala, estuvieron presentes apenas cuatro de los 10 detenidos: Gabriel Sánchez, Daniel González, Guillermo Uño y Cristian Favale. Favale dijo sentirse mal y pidió retirarse antes de la finalización de la audiencia. Lo hizo tambaleándose, ayudado por personal del Servicio Penitenciario.

Los testigos



Hoy declararon Marcelo, José, Mauro, Sebastián y “El Colo” Aguirrezabala, todos ellos compañeros de militancia de Mariano. En los casos de Marcelo y Mauro, compartían con Mariano, además, una intensa amistad. Por otra parte, el testimonio de Ulises de Oliveira – quien atendía un puesto callejero frente al edificio de Chevallier- fue ciento por ciento coherente con el de los compañeros.



El primero en pasar al estrado fue Marcelo. Describió a un tirador parado en medio de la calle, ubicado a apenas 30 metros suyo. “Era una persona corpulenta, grandota, de cómo 1,80, que no estaba vestida de ferroviario”. Marcelo no distinguió el sonido de los disparos, pero lo vio abrir fuego al menos dos veces. “Por la adrenalina, no caía. No era consciente de que eran armas con balas de plomo. Pensé que eran balas de salva, que lo hacían para asustarnos”.



“Cuando terminó el ataque, busqué a Mariano pero no lo encontré. Me dijeron que estaba herido de gravedad. Ahí creo que me di cuenta de lo que había pasado. Llamamos a la mamá para avisarle y con un grupo de compañeros fuimos hasta el hospital. Cuando llegamos, nos encontramos a la familia llorando…”.



Oliveira, que de lunes a lunes vendía sándwiches en la entrada a Chevallier, fue corto y conciso. “Ese día, vi grupo de personas en la esquina de Santa Elena y Luján haciendo una asamblea. Estaban reunidos, conversando tranquilos. Veía banderas partidarias, pero en ese momento no sabía quiénes eran. Avanzaron por Luján hacia Pedriel y pasaron delante mío. Entonces veo a un segundo grupo, de gente con ropa de grafa, que vienen corriendo con piedras en las manos. Cuando empezaron a volar piedras, me tiré debajo de un auto. Cuando salí, vi policía, había un carro hidrante”. Oliveira dijo que no vio que los policías intentaran detener a nadie.



Los demás testimonios también abundaron en el relato de los hechos. Los compañeros describieron el intento por alcanzar las vías apenas cruzaron el puente Bosch hacia Capital y la primera agresión de la patota, que contó con el apoyo de la infantería policial. Describieron la asamblea en Luján y Santa Elena y la decisión de dar por concluida la jornada de lucha. Relataron la retirada de la columna y la agresión de la patota; hablaron del cordón de seguridad, de los disparos, de la indignación con la policía porque fue cómplice de los agresores. Contaron de la marcha a la avenida Vélez Sarsfield para tomar los colectivos hacia Corrientes y Callao y de cómo se enteraron de la muerte de Mariano.

Los interrogatorios de los abogados defensores pasaron sin pena ni gloria. Freeland ensayó algunas de sus características provocaciones, pero fue reprendido por el tribunal y se retrajo inmediatamente. Al finalizar la audiencia, el abogado de Pedraza, Carlos Froment, pidió algunos procesamientos por “falso testimonio”. Es imposible que prosperen, pero como solicitarlos es gratuito…



Dentro de la sala de audiencias, se van reuniendo las pruebas para llevar a Pedraza, Fernández, los patoteros y los policías a prisión perpetua.



Hoy, mientras tanto, frente a los tribunales, Moyano y el “Momo” Venegas, convocaron junto a De la Sota -un represor de los trabajadores cordobeses- a un acto por Rucci. En el otro extremo de la ciudad, la burocracia oficialista -la de Caló y la ´CGT Balcarce´- también hacía lo propio en el cementerio de la Chacarita. Ambos bandos se valen de Rucci para una reivindicación histórica de la burocracia sindical.



En el subsuelo de Comodoro Py, en cambio, la burocracia sindical estaba siendo juzgada por el crimen de un obrero revolucionario.

El juicio continúa el jueves, a las 10 de la mañana.



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MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 19

El firme testimonio de un luchador ferroviario


 
Declaró Omar Merino, trabajador del ferrocarril Roca y constructor de la agrupación Causa Ferroviaria “Mariano Ferreyra”. Su testimonio insumió toda la audiencia. Merino declaró durante ocho horas frente al tribunal, aportando nuevos datos a la reconstrucción de los hechos y describiendo la organización y el régimen interno de la Unión Ferroviaria.



El 20 de octubre de 2010, Merino se sumó a la movilización ferroviaria una vez que finalizó su turno laboral en la estación Avellaneda, alrededor de las 13 horas. Según relató, los andenes de dicha estación se encontraban repletos de “ferroviarios y no ferroviarios”. Señaló que Pablo Díaz, jefe de la Comisión de Reclamos del Roca, merodeaba los alrededores “haciendo tareas de inteligencia. Buscaba quiénes iban a cortar las vías, cuántos eran, medía fuerzas”. Según Merino, un grupo de seis personas lo rodeó en su puesto de trabajo para insultarlo y amenazarlo.



Describió a un hombre corpulento, vestido de chaleco, que iba y venía delante de él hablando por Handy, al que le escuchó decir “peguen debajo de la cintura”. Esa persona fue identificada por otros testigos como uno de los custodios de Pablo Díaz.



Merino se unió a la manifestación cuando los tercerizados y las agrupaciones que los apoyaban se encontraban realizando una asamblea en la esquina de Luján y Santa Elena. Al pasar por el puente ferroviario que atraviesa Luján, del lado de Capital Federal, vio un grupo de policías y dos patrulleros atravesados en la calle. Dijo haber percibido “un clima hostil”. Describió que esos patrulleros, luego del ataque, habían cambiado de posición. Esto motivó un exasperante interrogatorio por parte del defensor del subcomisario Alejandro Garay. En los videos, se ve a ambos móviles estacionados a un costado cuando la patota se lanza a la carrera contra los manifestantes. Varios testimonios en el juicio fueron categóricos al señalar que “los patrulleros le abrieron paso” a la patota.



Durante el ataque, Merino formó parte del cordón humano que trató de proteger la retirada de la columna. Aseguró haber visto a un tirador ubicado en el centro de la calle, que disparó “tres o cuatro veces”. Los describió como una persona alta, robusta, de cabello no muy corto, vestido con ropa de ferroviario.



Cuando los agresores se retiraban, Merino corrió detrás de ellos junto a algunos otros compañeros hasta los patrulleros de la comisaria 30. Dijo que les recriminaron al grupo de policías no haber hecho nada y que uno de los obreros tercerizados les exhibió la herida de bala que acababa de recibir en una de sus piernas. Merino dijo que los policías se mantuvieron en silencio, haciendo caso omiso a sus denuncias, y que les sacó fotografías con su celular que aportó al momento de declarar en la fiscalía. Esas fotografías –por motivos que nadie supo explicar- no se encuentran incorporadas en la causa, a pesar de constar en el acta que efectivamente fueron entregadas al momento de su declaración.



Merino relató que al regresar hacia la avenida Vélez Sarsfield, vio un cartucho rojo de escopeta tirado a mitad de cuadra, cerca del cordón de la vereda. Podría provenir de una de las armas que hirieron a Nelson Aguirre.



Nuevamente la utilización del término “patota” para referirse al grupo agresor despertó airadas protestas de las defensas. “¿Cómo quiere que les diga? ¿Asesinos? Porque para mí son eso, asesinos”, se plantó el militante ferroviario.



En segundo término, Merino se refirió a la organización gremial interna del ferrocarril. Los abogados defensores de Pedraza y Fernández se opusieron. Las querellas explicaron que el interés económico y político de la cúpula de la Unión Ferroviaria fue su motivación fundamental a la hora de ordenar el ataque. El tribunal dio lugar al interrogatorio planteado por la parte acusadora. En el Roca, trabajaban 4500 obreros en planta permanente y otros 1500 como tercerizados. Merino mismo fue un tercerizado, entre 2002 y 2004, en la firma Poliservicios.



En su descripción, Merino afirmó que el sindicato monopolizaba el ingreso de personal y que “habían ingresado muchos familiares de los delegados y punteros” para apuntalar a la lista Verde que dirige Pedraza. También señaló que en el ferrocarril rige la lista sábana en vez de la elección de delegados por sector y que, por ese motivo, a pesar de que su agrupación ganó dos veces las elecciones en los talleres ferroviarios de Remedios de Escalada, no tenían representación gremial. Dijo que “la única elección que perdimos fue porque llevaron a votar gente de otros lados, ya que la Verde manipula los padrones”.



Merino se refirió a las empresas tercerizadas y afirmó que la Cooperativa “Unión del Mercosur” pertenece a Pedraza. “La contradicción es enorme, porque se supone que el sindicato está para defender los intereses de los trabajadores y la verdad es que los negreaba haciéndolos trabajar bajo otro convenio, con un sueldo menor”.



Hubo duros cruces entre los abogados defensores y querellantes durante el interrogatorio. El abogado Freeland otra vez fue amonestado verbalmente por el tribunal por hostigar a los testigos. Freeland acusó los manifestantes de haber iniciado las agresiones al intentar cortar las vías. La abogada Claudia Ferrero lo interrumpió en forma terminante y le recordó que “de los 40 testimonios que se escucharon en el juicio hasta ahora”, ni uno solo respaldó esa tesis. Los imputados, a pesar de proclamarse inocentes, guardan silencio desde que comenzaron las audiencias el 6 de agosto pasado. Se niegan a declarar y responder preguntas de los acusadores.



Al comienzo de la audiencia, los defensores de los policías acusaron por falso testimonio a un testigo de la jornada anterior, que aseguró que había un cordón policial formado junto a la patota en los momentos previos al ataque y denunció “complicidad policial” con la agresión. El argumento de las defensas se basa en que dicho cordón no aparece en los videos. Sin embargo, tampoco aparecen en los videos los dos momentos claves de aquella jornada: la represión de la infantería contra los manifestantes sobre la calle Bosch y el momento de la embestida final, cuando cae muerto Mariano Ferreyra. Justamente por ese motivo se encuentra procesado el camarógrafo policial Villalba, que omitió deliberadamente su registro.



Mientras Merino declaraba, su agrupación vencía la proscripción de la junta electoral monopolizada por el pedracismo y oficializaba la lista Gris para las próximas elecciones sindicales.



La primavera empezó mal para José Pedraza.


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miércoles, 19 de septiembre de 2012

MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 18

La espontánea solidaridad


18 de septiembre

El día 16 del Juicio estuvo marcado por el testimonio de un albañil que estaba en la zona y que declaró, aún habiendo sido ferozmente amenazado. El día 18 tuvo como protagonista a un oficinista que vio mucho y aunque la policía lo sabía, nunca lo citó. Cuando vio en los medios que habían matado a Mariano, no lo dudó y se presentó espontáneamente a declarar. El sostenimiento de su declaración tiene también mucho valor, porque este oficinista también fue amenazado reiteradas veces. El asesinato de Mariano, de apenas 23 años, conmovió a todos y despertó el deseo de gente ajena a la movilización de aquel día, de que esta vez haya justicia.

La audiencia se prolongó hasta última hora. Se produjeron dos testimonios de los cuatro que habían sido citados y fueron contundentes contra los acusados. Uno de los testigos declaró haber visto cómo retiraban tres de las armas del lugar de los hechos y comprometió aun más a Pablo Díaz. El otro identificó claramente a Favale como uno de los tiradores.

Las defensas se empeñaron en largos y hostiles interrogatorios que no lograron hacer mella ni en los dichos ni en el ánimo de los testigos. Por el contrario, los testigos parecían ganar seguridad a medida que crecían la impaciencia y la agresividad de los defensores. El tribunal no tuvo más remedio que impugnar la línea de las defensas, cuyos interrogatorios calificó como “policíacos”, y llamarle severamente la atención a Alejandro Freeland, el defensor del ´Gallego´ Fernández, quien evidentemente fastidiado por la solidez de los testimonios, polemizó y atacó a los testigos –e incluso, a los abogados querellantes. Por momentos, la audiencia se tornaba a la vez tensa y tediosa.

Mientras tanto, fuera del tribunal, la Junta Electoral de la Unión Ferroviaria –integrada exclusivamente por la lista Verde que responde a José Pedraza- proscribía arbitrariamente a varias de las listas de oposición que se presentaron para las próximas elecciones del gremio. Entre ellas, a la lista Gris, formada por los compañeros de Mariano Ferreyra en el ramal Roca. El temor a perder la elección sindical es un reflejo del hundimiento de Pedraza y su banda en el juicio y de su cada vez más evidente retroceso. Es una burocracia sostenida con pulmotor desde el poder político. El repudio popular hacia ella no podría ser mayor.

José Pedraza no concurrió a la audiencia. Sí lo hizo su segundo, ´El Gallego´ Fernández. Su semblante era francamente el de una persona acabada.

“Negro, le dimos, le dimos”

El primero en declarar fue José Sotelo, un hombre que ese mediodía salía de la casa de unos amigos en Barracas y se dirigía a su oficina. Había pasado la mañana con ellos conversando y tomando mate. Caminaba hacía la avenida Vélez Sarsfield cuando se encontró en medio de un infierno. “Estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, dijo. Su testimonio fue muy valioso. Y valiente, porque Sotelo presentó más de una docena de denuncias por amenazas y hechos intimidatorios vinculados con la causa. En una oportunidad, fue secuestrado durante horas por personas armadas que le exigieron que cambiara su declaración a favor de Pedraza.

“Caminaba por la calle Luján hacia la avenida, cuando escuché gritos a mis espaldas. Era un grupo numeroso de personas con ropas de ferroviario que venía corriendo, insultando y portando palos y varillas metálicas en sus manos. Delante de mí, había una columna de gente que se dirigía hacia Vélez Sarsfield. Yo no alcancé a ver a esa gente pero veía las banderas que llevaban en unos palos altos. Seguí caminando. Yo iba de traje y me parecía evidente que nadie iba a pensar que yo tuviera que ver con esa situación. De pronto, veo que un grupo empieza a agredir verbalmente a unos periodistas, una chica y un camarógrafo. Camino unos pasos y veo dos personas de espaldas que sacan dos armas y apuntan. Creí que iba a empezar un tiroteo y me tiré cuerpo a tierra detrás de un auto. Escuché tiros. Cuando se apagaron, me levanté y veo que estas dos personas le entregan sus revólveres a un tercero y le dicen ´negro, le dimos, le dimos´. Esa persona se guardó las dos armas en la cintura, una atrás y otra adelante. Atrás tenía además una pistola tipo 9 milímetros”. Sotelo escuchó que el que las recibía les dijo a ambos ´bueno, vayan y háblenlo con Pablo´. Pablo Díaz, de la Comisión de Reclamos del Roca, era el jefe operativo de la patota en el lugar de los hechos y mantenía contacto permanente con Pedraza y Fernández a través del teléfono del segundo. Las personas que identificó Sotelo fueron los detenidos Juan Carlos Pérez y Guillermo Uño. El tercero todavía no fue individualizado.

Apenas pudo, pasados varios minutos, Sotelo siguió camino hacia la avenida. En la esquina de Vélez Sarsfield y Luján, se detuvo un patrullero y lo abordó un policía. Le preguntó ´si había visto algo´. “Sí, algo vi”, le contestó Sotelo. El policía tomó nota de su nombre y de su número de teléfono. Nunca lo convocaron a declarar. Sotelo dijo que se enteró de la muerte de Mariano y de los heridos por los medios y que se presentó a declarar espontáneamente.

El interrogatorio de los defensores fue patético, por momentos hasta infantil. Hicieron docenas de preguntas sobre de dónde venía, quiénes eran sus amigos, hacia donde se dirigía, a qué se dedicaba, dónde había estudiado y cosas por el estilo. El tribunal tuvo que hacerles una advertencia a los abogados defensores. Hasta la habitualmente adusta defensora del policía Villalba , Valeria Corbacho, se mostró irritada y levantó la voz. Sotelo contestaba cada pregunta con soltura y seguridad.

Cuando las cosas van mal, la exasperación conduce a resultados aún peores, al punto que el defensor Lagos logró -involuntariamente, claro- que Sotelo identificara a González, fácilmente reconocible porque lucía un cuello ortopédico, como uno de los que amenazó al equipo de C5N.

El testimonio de Sotelo se extendió hasta pasado el mediodía. Una vez finalizado, el doctor Igounet presentó el enésimo pedido de excarcelación de su defendido, Guillermo Uño. Algo ridículo, para decirlo en pocas palabras. La fiscal se opuso inmediatamente y el tribunal difirió su resolución hasta la próxima audiencia. En estas cuestiones, el código de procedimiento no contempla que las partes acusadoras opinemos. Es evidente que no hay razón para soltar a Uño. Mucho menos a esta altura del proceso. Las hay sí, en cambio, para que éste pase el resto de su vida tras las rejas.

Recordemos, de paso, que Igounet fue quien introdujo en la causa al ´perito´ Roberto Locles, actualmente procesado por alterar -delante de media docena de testigos- la bala que mató a Mariano con el objetivo de invalidarla como prueba.

Una patota es una patota

Al regreso del almuerzo, el malhumor de los defensores era evidente. Y llegó el testimonio de Ariel, compañero de militancia de Mariano en la zona sur, para desatar finalmente su fastidio.

Ariel narró los hechos. Detalles más, detalles menos, una vez más se escuchó en la sala el relato del ataque criminal de la patota. Ariel reconoció a Favale como uno de los tiradores, algo que ya había aportado durante la instrucción. Declaró apenas tres días después del crimen de Mariano. Otros compañeros del PO, antes que él, habían descripto en la fiscalía a un tirador muy similar al barrabrava de Defensa y Justicia. “Cuando vi en el diario la foto de Favale con Sandra Russo, dije ´¡fue este al que yo vi tirando!´, y llamé a los compañeros para ir a declarar lo antes posible”. Era una de las imágenes que los periódicos reprodujeron de la cuenta de Facebook de Favale, en las que se lo veía sonriente junto a la panelista de 678, Amado Boudou y Alberto Sileoni, entre otros, en la peña “La Epoka”, organizada por Boudou, con invitaciones.

Ariel declaró ante la fiscal ese mismo día. (La presidenta Cristina Fernández, varias semanas después del asesinato de Mariano, atacó al PO delante de su familia: ´¿cómo es posible que la gente del Partido Obrero no pueda identificar al tirador?´, bramó; doble infamia: ahora sabemos, además, que el “testigo clave” aportado por el gobierno era parte integrante de la patota).

Las preguntas de los defensores pretendían enredar a Ariel con minucias. La defensora de Favale fantaseaba con ´contradicciones´ entre su testimonio en la sala y su primera declaración que no existían. Ariel clarificó todo en un santiamén.

Alguien inquirió si “había corrido a los ferroviarios”. Ariel contestó: “yo corrí CON los ferroviarios a la patota”. Freeland impugnó que se refiriera a la patota como tal. “Ustedes eran una patota”, llegó a decirle. “Nosotros no somos ninguna patota, usted está muy confundido”, se le plantó Ariel. Freeland estaba desatado, muy hostil. Recordemos que defiende a una persona que no estuvo físicamente presente en el lugar de los hechos. Ocurre que Freeland es consciente de que, si la patota cae, el camino conduce inevitablemente a Pedraza y Fernández, los únicos con la autoridad necesaria sobre el aparato de la Unión Ferroviaria que podían ordenar un ataque de las características que tuvo el del 20 de octubre de 2010 en Barracas. Y la cosa viene cada vez peor para ellos.

El golpe de gracia llegó al final. Le exhibieron a Ariel un video en el que Favale aparecía durante apenas unos segundos sobre las vías, en una situación completamente distinta a la de la calle Luján o a la de la foto con Sandra Russo. “Ahí está Favale”, señaló Ariel al instante.

Las luces se prendieron y la sala se vació inmediatamente. Parecía el cine, pero era el juicio oral y público por el feroz asesinato de Mariano, por las graves heridas contra Elsa y contra otros compañeros.

Hasta el jueves.

MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 17


El que dice la verdad, puede repetirla cuantas veces sea necesario


17 de septiembre
Hoy declararon cuatro testigos: dos compañeros del Partido Obrero que participaron de la movilización en apoyo a los tercerizados ferroviarios, un chofer de la empresa Chevallier y el chofer de la ambulancia que trasladó a Mariano, Elsa y Nelson hasta el hospital Argerich. Uno de los compañeros de Mariano describió a un tirador.
Los testimonios volvieron sobre el relato de los hechos. Son versiones que van variando en distintos matices porque la percepción de cada uno de los testigos es diferente, pero en lo sustancial, sus descripciones confluyen en un relato único y coherente. Cada testimonio aporta un nuevo elemento que se integra a los anteriores. Todos los caminos conducen a Pedraza: se trató de un ataque alevoso, planificado por la cúpula de la Unión Ferroviaria, para aleccionar a los tercerizados. Su motivación: la defensa de los negocios que la burocracia compartía con los empresarios de Ugofe en torno a la tercerización laboral en el ferrocarril sobre la base de los subsidios estatales. Eso es lo que, jornada tras jornada, emerge de de este juicio.
Médico y compañero de las víctimas
El doctor Leo Wul milita en el Partido Obrero de la zona sur del Gran Buenos Aires. Concurrió a la marcha para apoyar a los tercerizados pero inesperadamente tuvo que actuar como médico. Fue su determinación que los heridos debían ser trasladados inmediatamente a un hospital. Apoyó esa decisión sobre todo porque, como afirmó desde el estrado, “no nos podíamos comunicar al 911 ni tampoco encontré ningún policía que pudiera llamar directamente a través de la radio”. La ambulancia del Same finalmente tardó más de 20 minutos en llegar al lugar. Para ese entonces, los compañeros ya habían ingresado al hospital Argerich a bordo de una ambulancia particular que casualmente circulaba por la calle Luján.
“Llegué a la estación Avellaneda al mediodía pero no encontré a los manifestantes. Crucé el puente Bosch. Ahí había policías y, sobre la vía, un grupo de ferroviarios vestidos con ropa de trabajo. Doblé por la calle Luján, vi dos patrulleros cruzados y unos 200 metros más allá, a los tercerizados que estaban haciendo una asamblea. La gente ya se estaba retirando”.
“Acompañé a la columna hacia la avenida Vélez Sarsfield. Dos mujeres gritan ´nos vienen corriendo, nos vienen corriendo´”. Leo dijo que escuchó cuatro o cinco detonaciones. “No me di cuenta de que eran disparos hasta que a unos metros detrás mío cae Elsa. Fue dos o tres minutos después de los gritos de las mujeres. Me acerco a Elsa y veo que tiene herida de bala en el frontoparietal izquierdo. A su vez, me llaman los compañeros porque estaba herido Mariano. Lo encuentro casi sin pulso, muy mal, en coma”.
Lograron parar una ambulancia. Leo le dijo al chofer que, como profesional, se hacía responsable. Viajó con ellos hasta el hospital. “En el Argerich me informan que Mariano estaba muerto. No puedo asegurar si llegó muerto o no. Tenía una hemorragia interna muy grave. No les quise decir nada a los compañeros en ese momento, pero yo tenía la íntima convicción de que se hiciera lo se hiciera, no iba a sobrevivir”. Las defensas –especialmente el abogado Freeland- apuntaron sus interrogatorios hacia una supuesta “negligencia” en la asistencia a los heridos. Los abogados pretenden forzar un “relato” en el cual los agredidos fueron los patoteros y la responsabilidad por la muerte de Mariano y las secuelas sufridas por Elsa, de sus propios compañeros. Esta versión pervertida de los hechos suena cada vez más patética en la sala.
El vecino barrabrava
El otro testimonio de los compañeros de Mariano fue el de Edgardo, también militante del Partido Obrero de la zona sur del Gran Buenos Aires. Cuando le preguntaron por las generales de la ley, dijo que conocía a Mariano (“una persona excepcional”) y a Elsa (“una gran organizadora de los comedores populares”), con quienes compartía militancia en el distrito de Berazategui. También conocía a uno de los imputados, Guillermo Uño, de quien era vecino en Florencio Varela. “Antes de que ocurriera esto nos saludábamos, no más que eso. Nos conocíamos del barrio. Después, obviamente ya no”. Dijo de Uño que “vendía golosinas hasta que un día ingresaron al ferrocarril él y varios miembros de su familia. Su hermana juntaba gente para los actos del Frente para la Victoria y su hermano había sido candidato”. También afirmó que “sabíamos que Uño era parte de la barrabrava de Defensa y Justicia”. Al igual que Cristian Favale. Reconoció a Uño en una de las fotografías de la patota que se le exhibieron.
Edgardo relató pormenorizadamente los hechos. Escuchó siete detonaciones. “Me doy cuenta que son armas de fuego porque un compañero tercerizado grita y veo que le sangra la pierna”. Edgardo dijo que vio a un tirador ubicado a 50 metros sobre su derecha, vestido con ropa oscura, empuñando un arma con su mano derecha. Explicó que había llevado algunos palos en un bolso para una eventual autodefensa. “Los sacamos pero no los usamos, porque nunca hubo un enfrentamiento cuerpo a cuerpo”, dijo.
“Tiraron y se fueron. Algunos compañeros los corrimos. Ellos traspasan los patrulleros y se quedan ahí. Les dijimos a los uniformados ´están tirando con armas de fuego y ustedes no están haciendo nada´. Les dije que iban a tener que rendir cuentas por eso. Los dejaron pasar. Había uno que parecía ser un jefe, que estaba de traje azul y hablaba todo el tiempo por teléfono. En un momento, otro compañero me dice: ´si los dejaron pasar una vez, quien te dice que no lo hagan de vuelta´. Volvimos con los compañeros y entonces nos dicen que Elsa estaba herida y Marianito también, que se habían ido en una ambulancia al Argerich”, dijo Edgardo. Fue el único momento en el que se le quebró la voz. “Nos tomamos un colectivo a Callao y Corrientes para hacer manifestación pública y denunciar la agresión que habíamos sufrido”.
El testimonio de Edgardo fue contundente y los abogados defensores no sabían por donde encararlo. Comenzaron a reiterar preguntas que ya habían sido contestadas por el testigo. En un momento, la fiscal objetó esto cuando Edgardo ya había respondido la misma pregunta por segunda vez. El presidente del tribunal repuso: “quien dice la verdad puede, decirla dos veces, y lo que contestó recién el testigo fue exactamente lo mismo que dijo antes”.
Un hombre asustado
El testimonio de José Spengler fue singular. Es un chofer de la empresa Chevallier que no declaró en la fiscalía sino solamente en la comisaría 30, pocos minutos después de los hechos.
Cuando subió al estrado, lo primero que atinó a decir fue “lo mío es corto, porque yo no vi nada”. Lo único que contó fue que vio a nuestros compañeros sentados en la esquina de Luján y Perdriel y que como él les teme a las manifestaciones, estacionó el micro en el cordón de la vereda y se alejó rápidamente del lugar.
La fiscal lo confrontó con su declaración en sede policial. El testigo negaba cada frase. El presidente del tribunal intervino para preguntarle si se sentía atemorizado. El testigo continuaba negando todo. Entonces el juez fue más duro: le recordó que estaba en un juicio y que era testigo de un hecho en el que ocurrió la muerte de una persona. Finalmente, el chofer cedió. Reconoció que temía por él y por su familia y pidió garantías. El tribunal ordenó desalojar al público de la sala (algo un poco absurdo, en definitiva, porque tenía a los imputados sentados delante suyo) y le garantizó que adoptarían medidas para resguardar su integridad. Recién entonces Spengler recordó todo: todo lo que figuraba en el acta de la comisaría era -detalles más, detalles menos- lo que había visto. Que llegó conduciendo un micro de la empresa, que el portón estaba cerrado y que el policía de calle lo hizo estacionar en junto al cordón. Que la columna (“había hombres, mujeres, chicos”) se retiraba hacía Vélez Sarsfield y que el otro grupo “venía lejos”, desde la vía; que se ocultó junto al policía (sic) debajo del micro; que escuchó una docena de detonaciones, pero no vio a nadie; que vio que entre la patota ferroviaria (“no sé a quién representaban pero tenían vivos en el uniforme, como los de los recolectores de basura”) a gente que hurgaba y buscaba cosas en el piso. A los tres o cuatro minutos, corrió hacia la avenida buscando escapar del lugar. Ese mismo policía lo llevó luego a la comisaría, pero el uniformado no declaró nunca en la causa.
No se puede juzgar el temor de Spengler, que finalmente contó todo lo que vio. Otros testigos continúan recibiendo amenazas y aprietes. La patota continúa activa. El terror es su recurso desesperado.
Ambulancia
El último testimonio fue el del chofer de la ambulancia que trasladó a los compañeros. Fue un relato breve y conciso. Fundamentalmente explicó que ningún policía se acercó a él sino que consiguió que lo acompañara una moto policial que estaba estacionada a varias cuadras del lugar y porque se lo pidió, ya que la sirena de la ambulancia no funcionaba.
Esta semana declararán varios compañeros más de Mariano. La verdad se repetirá cuantas veces sea necesario.


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sábado, 15 de septiembre de 2012

MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 16



La solidaridad con “los buenos”


En la audiencia del día 16 tuvieron lugar testimonios muy fuertes. La sala estuvo colmada de obreros, maestros y estudiantes en cuyo recuerdo quedarán grabados para siempre.
Declaró un trabajador, compañero de Mariano, quien identificó a Favale y relató de forma pormenorizada el ataque en retirada.
Más tarde declaró un albañil que, cuando la patota atacó, estaba comiendo de parado en una parrilla. No estaba al tanto de nada, pero cuando vio a la patota atacar, no tuvo dudas sobre de qué lado estar, “del lado de los buenos”, según sus propias palabras. Minutos después, a pocos metros, “los malos”, asesinaban a Mariano y herían de gravedad a Elsa y dos compañeros más. A pesar de amenazas y hasta balazos que hirieron a uno de sus hijos, se mantuvo firme en su declaración, y hasta  identificó al testigo “aportado por el gobierno” como uno de los que encabezaba la patota con algo que posiblemente fuera un arma.
Otro policía bonaerense, también de fuertes lazos con Favale y los barras brava de Defensa y Justicia, fue el último testimonio.
“Se nos venían encima como malón”
Primero declaró Néstor M., militante del Polo Obrero de Esteban Echeverría. Es un hombre de unos 60 años, que repara equipos de refrigeración y que para octubre de 2010, hacía muy pocos meses que había comenzado a participar de las movilizaciones del Polo. Su testimonio fue sólido como una montaña. Hizo un relato muy pormenorizado de los hechos y señaló con absoluta seguridad a Cristian Favale como uno de los tiradores.
“El 20 de octubre, a eso de las 10 de la mañana, fui a Avellaneda participar de una protesta por los tercerizados del ferrocarril Roca. Esperamos hasta las 11:30. Cuando nos encolumnamos, los compañeros nos advirtieron que en las vías estaba la patota de la Unión Ferroviaria y nos llamaron a no responder agresiones ni insultos  y que solamente marcharíamos”.
“Fuimos costeando las vías. Desde abajo, veíamos en el terraplén a un montón de personas que gesticulaban y soltaban amenazas hacia nosotros, que íbamos cantando por la calle. Un pelotón de policías -que creo que eran de la Policía Federal pero tengo dudas-, con escopetas y escudos se nos adelantó. Yo iba a mitad de la columna. Cruzamos el Riachuelo y habremos avanzado unos 100 metros cuando escuché un griterío, disparos y empezó a caer una lluvia de piedras. Primero me escondí en una esquina, detrás de un cartel de publicidad. Algunas piedras que rebotaron en el pavimento me pegaron en las piernas y me alejé todavía más. Vi compañeros con golpes, con la cabeza sangrando, que eran los que habían intentado subir a las vías”.
“Nos alejamos otros 200 metros. Había dos patrulleros enfrentados, como cortando la calle. Llegamos a una parrilla al paso y nos distendimos. A esa altura, lo que había pasado era una anécdota. Algunos compañeros se refrescaron, otros comieron algo. Estuvimos ahí como una hora y pico. Se hizo una asamblea: unos querían ir al hall de Constitución a protestar por la agresión, otros decíamos que la protesta ya había sido hecha y finalmente se decidió irnos”.
“La gente se empieza a ir, al menos la gran mayoría, caminando hacia la avenida Vélez Sársfield. Había muchas mujeres y chicos. Yo me había quedado al lado de la parrilla, apoyado de espaldas a las vías sobre el baúl de un Falcon viejo. Escucho que alguien grita ´guarda que bajan´, me doy vuelta y veo que vienen corriendo hacia nosotros. Corrí en dirección contraria, pasé por la puerta de Chevallier y en la otra esquina escucho que uno grita ´un cordón acá´. Como no podía correr más, me quedo en el cordón. Se nos vinieron encima, era un malón que metía miedo. Agarré unas piedras para defenderme. Se frenan a unos 40 metros y ahí empieza el pedrerío. Tiré dos o tres piedras, pero como pegaban en las ramas de los árboles, me corrí al medio de la calle. Escuché tres disparos seguidos pero no les presté atención porque pensé que era de nuevo la policía. Entonces veo a un individuo con un arma que hace dos disparos desde unos 30 o 35 metros en línea recta hacia nosotros. Vi los dos fogonazos. Entonces este hombre baja el arma y con la otra mano veo que la manipula con el caño para abajo. No sé qué quería hacer, supongo que abrirla para recargarla. Como no pudo, salió corriendo y se metió en un grupo que es como que se abre para recibirlo y después se cierra”. Este detalle confirma (por enésima vez) que había una organización previa, que todo estaba pautado: la llegada y salida de los tiradores, la distribución de las armas, su ocultamiento. Afirmó haber escuchado ocho disparos en total, de diferentes calibres, que pudo reconocer porque su padre era cazador y además hizo el servicio militar. Describió al tirador que pudo visualizar como de 1,75 de altura, robusto, de pelo corto y barba candado, vestido con una remera azul y pantalón de jean o de trabajo. Cuando vio su cara en los noticieros no tuvo dudas de que se trataba de Cristian Favale.
Néstor no conocía a Mariano. Lo vio por primera vez tirado en el piso, con la remera levantada y un orificio a la altura del hígado. Cuando le preguntaron qué hizo la policía, dijo: “Nada”.
Cuando terminó de hablar, parecía que a las defensas les había pasado por encima una aplanadora. Uno de los jueces poco menos le ordenó que tomara un trago de agua. Este compañero reveló una memoria implacable y además habló con una seguridad que dejó sin aliento hasta el más verborrágico de los abogados defensores. Cuando éstos intentaron ponerlo en contradicción con su primera declaración, sus respuestas fueron tan contundentes que no dieron lugar a réplicas.
A esta altura, el partido ya estaba ganado. Lo que vino después se podría decir que fue directamente humillante para Pedraza y su patota.
Los buenos y los malos
El siguiente testigo fue Alberto Esteche, que el 20 de octubre de 2010 estaba almorzando (“de parado, yo en la parrilla como siempre de parado”) en un puestito ubicado en la esquina de Luján y Perdriel junto a su hijo, a pocos metros de donde caería Mariano. Esteche vive en Barracas desde hace 26 años. En ese momento, tenía una changa de albañil ahí en el barrio. Ahora es empleado en una distribuidora de gaseosas. Le habían dado permiso para salir al mediodía, y como la cosa venía más rápido que lo previsto, el tribunal tuvo que adelantar el receso del almuerzo hasta que finalmente llegó.
Esteche ingresó a la sala con paso firme. Los detenidos estaban todos presentes. Cada vez que declaran testigos presenciales de los hechos, vienen todos. Deben pensar que intimidan o algo por el estilo pero hasta ahora ningún testigo se mosqueó porque estuvieran ahí. Esteche no iba a ser la excepción, para nada.
Ocurre que las pasó todas: la noche anterior a su declaración en la fiscalía, allá en el 2010, le balearon la casa. Treinta y seis tiros. Uno le produjo heridas muy graves a uno de sus pibes. Además, a sus dos sobrinos que trabajaban en el ferrocarril, en los talleres del kilómetro 4, los despidieron justo después de que declaró. Si pasó todo eso y vino hoy, no se iba a achicar delante de ellos.
Apenas se sentó en el estrado, descargó un relato breve pero brutal.
“Estaba comiendo en la parrilla. Los del Partido Obrero estaban con las banderas rojas yéndose, no eran más de 50. Había mujeres embarazadas, chicos. Unos chicos de los que se estaban yendo se ponen con unos palos tapando Luján. Armaron una valla al ver a los otros venían. ´Que se vayan las mujeres, nosotros nos quedamos´, habrán pensado. Los otros eran un montón, por lo menos 80. Venían gritando, putendo, ´les vamos a pegar, son unos muertos de hambre, los vamos a matar´”.
“¿Qué hacían estas personas?”, quiso saber la fiscal. “¿Los buenos o los malos?” pidió Esteche que le aclarara. “No vamos a usar calificativos. Me refiero a los que venían corriendo desde el lado de las vías”, repuso la Dra Jalbert. “Sí, los malos”, concluyó Esteche. Se notaba que no venía a perder tiempo. No hubo manera de moverlo de ahí. Los defensores tuvieron que adaptarse para poder hacer interrogarlo. Estaban los buenos y estaban los malos, y se acabó. No se iba a poner a discutir ahora eso.
“Primero les empezaron a tirar piedras, después empezaron los tiros. Lo metí a mi hijo debajo de un camión y le dije al parrillero que escondiera las cosas, a ver si le robaban. Las mujeres corrían. Veo que un muchacho agarra a otro pibe que estaba haciéndose pis. Lo llevan para la pared de la esquina. Estaba meándose y defecándose. Pensé que tenía un ataque de epilepsia, pero cuando le levantan la remera, le ven el tiro”. Esteche ayudó a subir a Mariano a la ambulancia.
“Yo agarré un palo y lo corrí a ese”, dijo Esteche señalando con el dedo índice al ´Payaso´Sánchez. “Mucho no iba a hacer, pero bueno”. Un defensor le preguntó para qué había agarrado el palo. “Porque quería pelear del lado de los buenos”, contestó Esteche, dejando definitivamente aclarado el punto. Señaló a González -el que aparece en los videos de C5N con cuello ortopédico- como uno de los más exaltados, que puteaba y amenazaba a todo el mundo. “Cuando se iban, se quisieron hacer los malos con unos choferes de Chevallier que estaban ahí”.
Esteche dijo que vio a dos personas haciendo ademanes de ocultar en la cintura lo que cree que eran armas. Uno de ellos, “una persona medio norteña”; al otro, que lo señaló en un video que le mostraron en la audiencia, era Benítez, el testigo protegido que llegó a la causa de la mano del intendente de Quilmes y del gobierno. Esteche no tiene la certeza de que se tratara de un arma, pero lo que contó es lo que vio. “Era uno de los capitos, porque le decía al del cuello ´ya está, ya está, vámonos´”.
Escuchó un disparo, aunque no pudo visualizar al tirador. “Era un calibre chico, como de 32 o de 22″, afirmó. A Mariano y a Elsa le dieron con una 38. La patota tenía muchas armas.
“La policía llegó como a los diez o quince minutos. Había un patrullero antes de llegar al puente con dos policías. No hacían nada”. Esteche dijo que levantó tres plomos deformados del piso y que se los dio al cree que era el comisario o subcomisario, que estaba de traje. Esa misma tarde declaró en la comisaría. Allí pidió ver videos pero no le mostraron nada. Reconoció a los tipos en la televisión.
Los patoteros lo miraban con odio. Terminó de declarar y salió de la sala tan seguro como había entrado. “Gracias, gente”, se despidió, como dando el mazazo final.
Un policía y las últimas chicanas
El último en declarar fue el subcomisario Romero, de Florencio Varela. Al igual que su jefe, el comisario González, tenía trato fluido con Favale, que integraba la barrabrava de Defensa y Justicia y participaba de las reuniones con la policía en las que se coordinaban los movimientos de la hinchada en los partidos.
El 20 de octubre de 2010, Romero redactó un informe muy particular. Los cómplices de Favale se desplazaban hacia Avellaneda y fueron demorados por un control policial. Eran nueve personas arriba de un auto. Favale llamó entonces a Romero para pedirle explicaciones sobre ese percance “porque los muchachos iban para un acto político”. Insólitamente  (o no), el subcomisario hizo las averiguaciones a pedido de Favale, que finalmente se arrimó al lugar en un segundo automóvil y pudieron seguir viaje. La fuerza de choque reclutada por Pedraza se dirigía a cometer la emboscada que tenían prevista pasando por las narices de la policía. Barrabravas, punteros, canas y burócratas sindicales se manejan en la misma esfera de relaciones y negocios cruzados. Este juicio pone eso de manifiesto en cada audiencia.
En el último acto, finalizadas las declaraciones, el abogado Freeland hizo un confuso pedido basado en recortes periodísticos sobre un paro en el Sarmiento y sobre un posteo de la ex fiscal del caso, Cristina Caamaño. En parte era difícil de entender qué pretendía. Pasado en limpio, apunta a anular la investigación, o parte de ella. O al menos, hacerse ver como alguien activo delante de sus defendidos. En definitiva, son abogados que cobran una pequeña fortuna por cada audiencia.  Y no tienen mucho más que ofrecer que un poco de teatro. Cada prueba, cada recoveco que sigue el juicio, acercan a Pedraza y los suyos a la condena a perpetuidad.
El juicio se reanuda el próximo lunes. La semana que viene declaran más compañeros de Mariano.Para comunicarse: potigre@yahoo.com.ar
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MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 15

El día que Favale amagó con chantajear a Pedraza


11 de septiembre
El testimonio más importante de la jornada fue el del comisario Héctor González, de Florencio Varela. Apenas preguntado por las generales de la ley, González reconoció conocer a Favale “porque era barrabrava de Defensa y Justicia”. “Era un referente, aunque de segunda línea”, abundó más adelante. “Favale concurrí a las reuniones que teníamos con los jefes de la barra”.
Al comisario González se le encargó la detención de Favale y lo fue a buscar a la remisería donde trabajaba pero no lo encontró. Ese mismo día, unas horas antes, la policía allanó su casa con el mismo resultado. Poco después de la pesquisa, sonó el teléfono de González. Era Favale, que se encontraba prófugo. La transcripción del diálogo se leyó en la sala de audiencias.
“Te están buscando por el problema ese de Capital. Para mí, te tenés que entregar. Voy yo o va Romero”, le dijo González. Romero es su segundo en el escalafón policial.
“Ellos no quieren caer en cana, me quieren engarronar a mí. Primero tengo que arreglar los beneficios míos”, le contestó Favale. Le dijo que estaba oculto en Chascomús. “Es al pedo que te diga que no, si yo estuve, yo estuve ahí, pero el que tiró es el que está escrachado en primer plano (Nota: se refiere a Sánchez)”, siguió Favale. “Ellos (Nota: los de la Unión Ferroviaria) me quieren poner un abogado, pero yo digo vamos todos, yo empiezo a contar la plata que me dan y se quieren matar”.
“Hasta que no tenga las garantías de que no voy a caer en cana, yo no me voy a engarronar, me voy a hacer llevar por vos a un canal y voy a decir todo lo que sé de esos que tienen plata y son grosos, hay políticos. Hay mucha gente arriba de esto”.
El diálogo delata un conocimiento bastante mayor entre los interlocutores que los que el policía parecía dispuesto a reconocer. González dio algunas excusas para justificar que Favale tuviera su número de teléfono personal.
En la audiencia también afloró otro dato. El 20 de octubre de 2010, Favale fue detenido por un control policial cuando se desplazaba desde Florencio Varela rumbo a Avellaneda en un automóvil. Estaba acompañado por nueve personas en el mismo auto, motivo por el cual lo demoraron. Favale le explicó al policía que iban a “un acto en Avellaneda”. Tuvo que ir a buscar un segundo vehículo para poder seguir viaje. La fuerza de choque de la patota se dirigía a cumplir su papel en el plan criminal pergeñado por Pedraza y compañía para “aleccionar” a los tercerizados que reclamaban el pase a planta permanente en el ferrocarril.
Encubridor
Por la mañana, declaró el comisario Eduardo Catalán, de la comisaria 30 de Barracas. Hizo penosamente lo posible por cubrir a su subordinado, Garay, que está siendo juzgado en este juicio.
Catalán no pudo explicar qué medidas adoptó para verificar que había un herido de bala entre los manifestantes que –luego de la agresión- se estaban retirando por la avenida Vélez Sarsfield hacia Corrientes y Callao para denunciar el ataque que acababan de sufrir. Fue un testimonio particularmente penoso, con respuestas preparadas y grandes lagunas. El comisario Catalán es un firme candidato a terminar imputado del mismo modo que su colega Garay.
De la casa a la UF y de la UF a la casa
Además declararon otros policías. Con el primero de ellos, se produjo una confusión de identidad y la cosa se asemejó a un paso de comedia sin mayor relieve para la causa.
Luego, en una breve declaración, el sargento Fabrizio Vergara relató que le encomendaron seguir a José Riquelme, ex agente de la Side, actualmente “de ocupación empleado en Presidencia de la Nación y gestiones privadas” según se presentó ante el juez Rodríguez en la llamada “causa de las coimas”. El recorrido fue de su domicilio a la sede la Unión Ferroviaria y luego de regreso a su domicilio. En la jornada de ayer, la gendarme Redin describió que vio al menos dos veces a Riquelme ingresar a la sede de la UF en momentos en que Pedraza se encontraba dentro del edificio. Lo que se dice “un visitante asiduo”.
Las “gestiones privadas” de Riquelme de las que Pedraza pretendía hacer usufructo consistían en sobornar a los jueces de la sala III de la Cámara de Casación con el objetivo de comprar la libertad de los primeros patoteros detenidos y mejorar así su propia situación en la investigación.
De la jornada de hoy surge la postal de burócratas, agentes de la Side, funcionarios, policías y barrabravas “en el mismo lodo, todos manoseaos”.
Final
Pedraza no concurrió a la audiencia. Solamente asistieron Favale y González, que se sentaron a varios asientos de distancia entre uno y otro. El jefe de la Unión Ferroviaria y su segundo prefirieron pasar el día en la cárcel, a la cual deberán habituarse, porque allí deberán pasar muchísimos años más.
Sobre el final de la audiencia, el tribunal decidió dar a conocer su resolución frente a los pedidos de nulidad presentados por el abogado Freeland contra los testimonios de los testigos protegidos Benítez y Díaz. La denegatoria del tribunal a los pedidos del defensor fue contundente, aunque sin costas para el abogado Freeland. Ambos testimonios pusieron de manifiesto que las órdenes a la patota provenían de la cúpula de la UF, encabezada por Pedraza y Fernández.
La sala estuvo llena de docentes que aprovecharon su día para concurrir al juicio.
El jueves vuelven a declarar testigos presenciales de los hechos.
Paso a paso.

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MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 14

Lunes negro para Pedraza


10 de septiembre

El golpe más fuerte del día de hoy, Pedraza lo recibió de parte del juzgado que tiene la causa por “tráfico de influencias”, la que sigue el intento de Pedraza de coimear a los jueces para salvar su pellejo y el de la patota. A esta causa se llegó cuando la Jueza Wilma López mandó a escuchar las llamadas telefónicas del jefe de la Unión Ferroviaria ante la correcta suposición de que la patota había matado en defensa de un negocio que capitanea el propio Pedraza.
Pedraza y cuatro cómplices más son los procesados, luego de mucho tiempo de mantener la causa cajoneada: el intermediario para pagar la coima, agente dela SIDE, Riquelme, el ex Juez Araoz de La Madrid, el actual vicepresidente del Belgrano Cargas y contador de la UF, Stafforini y el empleado judicial Luis Escobar. Todos fueron procesados por “tráfico de influencias”. Los elementos de esa causa confirman el lugar de instigador de Pedraza y sus esfuerzos por zafar, tratando de coimear a los jueces que tenían en sus manos resolver la excarcelación de la patota.

Confirmado: Pedraza

La audiencia de hoy fue demoledora contra Pedraza y el resto de los imputados. Declararon cinco policías y además se debatieron otras cuestiones muy importantes. Los resultados fueron abrumadores.
Los testimonios de los policías dejaron algunas perlas.
En primer lugar, el abogado Igounet –defensor de Armando Uño- tenía expectativas en encontrar un error de procedimiento que le permitiera deslindar de responsabilidades a su defendido, señalado como uno de los encargados de retirar las armas del lugar del crimen. Su estrategia apuntaba a demostrar que su detención había sido producto de una confusión de identidad con la de otra persona. La expectativa era grande porque la atenuación de la situación de al menos uno de los acusados hubiese sido la primera buena noticia en mucho tiempo para Pedraza y los suyos. No fue así. El testimonio del gendarme Javier Kelm –encargado de las diligencias- despejó toda duda. Fue contundente. Los acusados y sus abogados acusaron el golpe recibido. Sus rostros reflejaban una bronca indisimulable. Encima, apenas había transcurrido media mañana y todavía faltaba correr mucha agua.
La siguiente testigo, la gendarme Lorena Redin, relató los seguimientos que le encomendaron realizar sobre Juan José Riquelme y José Pedraza. Riquelme es un ex agente de inteligencia que actuó como intermediario en el intento de soborno a los jueces de la sala III de la Cámara de Casación. Redin, en su declaración, dejó constancia de que se trataba de un asiduo visitante a la sede de la Unión Ferroviaria. Luego relató que siguió a Pedraza para establecer su domicilio. Lo siguió desde la sede del sindicato hasta la suntuosa torre El Faro, en Puerto Madero, donde sería detenido poco después. El abogado Froment la desafió un poco pero Redin dio muestras de una memoria minuciosa, algo raro entre los policías que declararon hasta ahora, que en general contestan a cualquier interrogatorio con muchos “no sé” y “no recuerdo”.
Otro testimonio valioso fue el de Eduardo Innamorato, que en 2010 dirigía la Dirección General en Seguridad e Investigación de Medios de Transporte. Si bien Innamorato no estuvo presente en el lugar de los hechos, aportó muchos elementos sobre los procedimientos policiales. Además, el comisario Mansilla –uno de los acusados- que el 20 de octubre debía cumplir el rol de “agente fiscalizador”, reportaba ante él. Su declaración alcanza y sobra para condenar a Mansilla.
Innamorato dejó en claro que Lompizano –desde la DGO- junto a Mansilla y Ferreyra –de la División Roca de la PFA- eran los responsables por todo el operativo policial, y que los dos últimos –como los oficiales de mayor jerarquía presentes en el lugar- son quienes deben responder en última instancia por la actuación policial. Innamorato siguió el operativo desde su oficina a través de la frecuencia policial. Dijo que de acuerdo a las modulaciones de Mansilla “no se podía deducir que estuviera ocurriendo nada grave”. Mientras la patota bajaba del terraplén y se preparaba para la agresión, Mansilla sostenía que “todo estaba tranquilo”. Innamorato señaló con conocimiento de causa que “la policía ferroviaria no puede salir de las vías, pero si hay una incidencia en la zona, fuera de la vía, está obligada a actuar”.
Su testimonio fue aún más lejos. Declaró en la causa que era Antonio Luna (el hombre de La Fraternidad que hasta hace poco ocupaba la subsecretaría de Transporte Ferroviario) quien arreglaba los adicionales de la policía en el ferrocarril, nada menos que 3200 agentes por día. Y agregó algunas cuestiones de importancia: primero, que “el gremio era quien manejaba todos los ingresos al ferrocarril y por ese motivo no quería que ingresaran los tercerizados”; luego, que “en los anteriores cortes de vía que llevaron adelante, nunca se había producido ningún incidente”. “Esta fue la primera vez que la Unión Ferroviaria se hizo presente en un corte”, afirmó.
Concluida su declaración, el tribunal dispuso un cuarto intermedio de cuarenta minutos. En ese intervalo, llegó a la sala la noticia de que José Pedraza, Ángel Stafforini (vicepresidente del Belgrano Cargas y contador general de la UF), el ex servicio Riquelme, Octavio Aráoz de Lamadrid y el empleado judicial Luis Escobar quedaban procesados en la llamada “causa de las coimas”. Un golpe tras otro, sin respiro.
Por la tarde, el tribunal le cedió la palabra a la fiscal y a las querellas para responder a al planteo del abogado Freeland, defensor de Juan Carlos Fernández. Freeland había pedido la anulación del testimonio brindado por el testigo protegido Alejandro Benítez dos jornadas atrás. Ese testimonio dejó claro que las órdenes a la patota partían de la sede de la Unión Ferroviaria, donde se encontraban reunidos Pedraza Fernández. Los argumentos de Freeland fueron poco menos que ridículos. Se quejaba de las medidas de seguridad dispuestas por el tribunal para garantizar la seguridad del testigo. El absurdo no podía ser mayor: ¿de quién se protegía a Benítez acaso sino de los defendidos por Freeland?
La respuesta de la fiscal fue muy dura. Sostuvo que “no existe conexión lógica” entre el hecho de que el testigo hubiera declarado caracterizado con lentes y visera y la validez de su testimonio. Solicitó al tribunal la denegatoria del pedido de Freeland con costas a su cargo. A su turno, las querellas también vapulearon a Freeland. Finalmente, el defensor Igounet hizo una intervención desesperada en apoyo a su colega. A esa altura, parecía la moral de los defensores se derrumbaba. Este –al igual que todos los planteos que se producen en el debate- son diferidos por el tribunal para el momento de dictar sentencia. No debería prosperar bajo ningún punto de vista.
La audiencia culminó con la proyección de las ampliaciones de algunos videos y fotografías solicitadas por el defensor Freeland. Se ven algunos palos, dos gomeras y dos o tres caños que Freeland pretende hacer pasar por armas “tumberas”. Está perdido.
Cada día que pasa, Pedraza y los suyos se hunden cada vez más. A menos que desde el poder político se les brinde auxilio, esta gente marcha derecho a una condena. No tenemos que bajar la guardia.
La audiencia terminó temprano. Se reanuda mañana a las 10hs.


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viernes, 14 de septiembre de 2012

MARIANO FERREYRA, DIARIO DEL JUICIO: Día 12

Testimonio clave: “El Gallego Fernández dio la orden de retirada”Hoy declaró el testigo protegido Alejandro Benítez, bajo un inusual operativo de seguridad. No se permitió el ingreso de público y los acusados (estuvieron todos presentes) fueron ubicados detrás de un blindex. Su comparecencia no fue anunciada por el tribunal en el cronograma de testigos como lo hace habitualmente. Tampoco se permitió el uso de tecnología dentro de la sala (computadoras, celulares, etc). Benítez está en el máximo nivel del programa de protección de testigos. Las medidas dispuestas por los jueces despertaron todo tipo de quejas por parte de los defensores, que durante una hora demoraron el inicio de la audiencia. El tribunal explicó que quienes se encuentran en la situación de Benitez normalmente testifican por teleconferencia, pero que los mismos jueces prefirieron su presencia física en la sala, a condición de establecer estas medidas.


Las estrictas medidas de seguridad que rodean a Benítez (además, testificó caracterizado para que no lo reconocieran) son una denuncia en sí misma contra los acusados. El valor fundamental de su testimonio es que deja en claro que las órdenes a la patota partían desde el local de la Unión Ferroviaria. Su declaración compromete categóricamente al Gallego Fernández –quien al momento del ataque se encontraba junto a Pedraza en el local del sindicato-, a Pablo Díaz, Favale, Sánchez y otros imputados.

Benítez llegó a la causa a través de un puntero ligado al intendente de Quilmes. No fue el primero en señalar a Favale como autor de los disparos (dos llamadas anónimas al 911 lo hicieron antes) pero el suyo fue el primer testimonio directo en su contra con nombre y apellido. Hoy ratificó todo había dicho durante la investigación.

Su testimonio

En octubre de 2010, Benítez se desempeñaba como guarda desde hacía cinco años. Además, dirigía un gimnasio de box en el subsuelo de Constitución. El día 20, uno de los delegados de la Comisión de Reclamos -´El Tano´ Carnovale- lo convocó al ´contrapiquete´ a instancias de Pablo Díaz, que “estaba juntando gente”. La empresa, dijo, “libera gente de su puesto de trabajo para ir a estas cosas”.

Benítez acudió para “hacerse ver” por Díaz, ya que estaba tratando de congraciarse para lograr puestos de trabajo en el ferrocarril para su mujer y su cuñada. Llegó cerca de las 13 horas desde Constitución, descendió en la estación Yrigoyen y se unió al grupo de la Verde que ya estaba debajo de las vías, sobre la calle Luján. Arriba de las vías, donde todavía había cerca de 100 personas de la patota, había policía de civil de la División Roca, aseguró.

Diez minutos más tarde, apareció el grupo de Favale –que no eran ferroviarios – caminando por las vías desde el lado de Capital y bajar del terraplén. Hablaban de ´echar a los zurdos´ y se presentaron ante Pablo Díaz. Casi inmediatamente, los 70 patoteros reunidos debajo de las vías comenzaron a correr contra los tercerizados y el resto de los manifestantes. “La corrida la empezó el grupo en el que estaba yo”, enfatizó Benítez. Diaz dijo "vamos".- “Ellos ya se estaban retirando, estaban lejos, como a 200 metros”. Benítez describió el apriete al equipo periodístico de C5N. Relató que su grupo comenzó a tirar piedras y que los manifestantes habían formado un cordón “para proteger a los que se iban”. “Era asombroso” –dijo- “porque les llovían las piedras y no se movían”.

Benítez relató que Pablo Díaz, Favale, Gabriel Sánchez y otros actuaban en grupo. Desde unos diez metros de distancia, vio a Favale disparar cinco veces contra los manifestantes, hasta que gritó “se me trabó”. “Sacá los fierros”, ordenó Díaz en plena retirada hacia la vía. “No traje mucho”, contestó alguien. Cuando regresaron, Favale dijo “al gil ese, al de la gomera, le agujeree la panza”. Transcurrieron unos instantes y sonó el teléfono celular de Díaz. “Dice el Gallego que nos vayamos”, ordenó Díaz al cortar la comunicación. En ese momento, Fernández se encontraba junto a Pedraza en la sede de la Unión Ferroviaria, donde se desarrollaba el congreso de la revista “Latin Rieles”. En la causa, los cruces de llamadas corroboran que Fernández y Díaz mantuvieron intensa comunicación durante toda la mañana. Sus últimos contactos tuvieron lugar exactamente antes y después de la agresión. La mayoría de las llamadas partieron del teléfono de Fernández hacia el de Pablo Díaz. Esto deja en claro de donde partían las órdenes a la patota.

Luego de la última conversación entre Fernández y Díaz, la patota comenzó a desconcentrar. El grueso volvió por las vías hasta la estación Avellaneda. Favale y los suyos se fueron caminando por la calle, en dirección a La Boca. La policía –que tenía patrulleros y carros hidrantes en el lugar- no intentó detener a nadie luego del ataque.

Benítez dijo que no vio otras armas además de la empuñada por Favale, pero señaló sí a varias personas (entre ellas, a Sánchez y a uno de los custodios de Pablo Díaz) con bultos en la cintura, que intentaban disimularlos debajo de la ropa. Nuestra abogada, Claudia Ferrero, le preguntó si en alguna oportunidad anterior había visto allegados de la Unión Ferroviaria portando armas. Benítez fue contundente: explicó que en Constitución, la gente de Ferrobaires anda armada; que estaba desmontando el gimnasio que dirigía justamente por la ostentación que hacían de “los fierros”; que las armas se guardan en el sector de encomiendas, en alguno de los pisos de Hornos 11 y en la ropería.

Las defensas balbucearon a la hora de preguntar. Utilizaron la mayor parte de sus intervenciones para sentar quejas por las características de la audiencia, a la expectativa de pelear alguna nulidad en la Cámara en el caso de eventuales condenas.

Dentro de la sala, Pedraza y compañía están perdiendo por goleada. Son conscientes de que lo único que podría salvarlos es una mano del poder político, y están operando en ese sentido, jugando para el gobierno en el copamiento de la CGT y convocando el apoyo del resto de la burocracia sindical. La caída de Luna luego de la renuncia de Sícaro como resultado de la crisis desatada por Once y el colapso ferroviario es un mal presagio para ellos. Sin embargo, no está todo dicho. Mientras en el juicio se acumulan las pruebas contra Pedraza y la patota, debemos mantener en vilo al país en esta campaña para que haya justicia por Mariano.

Perpetua a Pedraza. Castigo a todos los responsables.


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MARCHA POR EL JUCIO Y CASTIGO A LOS ASESINOS DE MARIANO FERREYRA