martes, 12 de febrero de 2008

Murió Bobby Fischer


A los 64 años, Robert James Fischer (Bobby) murió en Islandia. Una insuficiencia renal acabó con la vida de uno de los más grandes ajedrecistas de la historia. Para la gran mayoría el más grande.
Nacido en Chicago (9/3/1943), pero “ciudadano de Brooklyn”, a los 14 años ganó el primero de sus ocho campeonatos de EEUU, a los 15 años se convirtió en el Gran Maestro (GM) de ajedrez más joven de la historia hasta ese momento, en 1972 le ganó a Boris Spassky el título mundial, en Reykiavik, Islandia; terminando de esta manera con la hegemonía soviética en el ajedrez del siglo XX. Título que perdió en 1975 por negarse a aceptar las condiciones impuestas por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE). Luego, literalmente, desapareció. En 1992 jugó un match “revancha” – él se consideraba todavía campeón del mundo – con Spassky, en Yugoslavia. Por romper con el bloqueo impuesto por los EEUU a ese país por la guerra de Los Balcanes, fue perseguido por la justicia yanqui; sufrió nueve meses de prisión en Japón y logró asilo en Islandia, donde lo sorprendió la muerte a los 64 años.
Bobby Fischer no fue sólo un gran ajedrecista, fue un revolucionario del ajedrez. No sólo por su estilo de juego – denominado “universal”, a falta de mejor nombre, por los expertos – que ofrecía una síntesis de las escuelas de Alekhine y de Capablanca, pero en un escalón superior. Su aparición en el universo de los escaques fue un rayo en cielo sereno en el ámbito de un ajedrez, el yanqui, con una gran organización, pero carente de grandes jugadores que pudieran destronar la tremenda superioridad de la escuela soviética de ajedrez. Su juego y su personalidad revolucionaron el juego ciencia y lo popularizaron hasta el punto que cuando jugó la final del Candidatura en 1971, en Bs As contra el ex campeón mundial (también soviético) Tigran Petrosian, no se podían conseguir juegos de ajedrez. Hasta tal punto llegó la Fischer-manía.
Hasta la aparición de Bobby, el ajedrez de alta competencia era controlado en forma abusiva por la escuela soviética de ajedrez. Desde la reorganización del campeonato del mundo en el congreso de Winterthur en 1946 (tras la muerte de Alekhine) se sucedieron 9 campeones mundiales, todos soviéticos. Romper esta hegemonía, en plena Guerra Fría, era una cuestión de estado para los yanquis. Bobby les dio esa oportunidad, sin proponérselo. EI triunfo sobre Spassky fue utilizado, hasta el hartazgo, como el triunfo de la democracia sobre la dictadura comunista (recordemos que Fischer comenzó perdiendo 2–0 el match, que en la segunda partida no se presentó a jugar, que amenazó con retirarse de la competencia y que el propio Henry Kissinger lo apretó “recordándole su responsabilidad para con el pueblo americano”).
Nada estuvo más lejos de la verdad que esta propaganda. En modo alguno Fischer puede ser considerado el producto del ajedrez norteamericano, fue un genio autodidacta que se elevó desde la más profunda miseria, hasta la altura de las más bellas creaciones en el universo de Caissa, casi solitariamente y gracias a su genio. En ese sentido se lo puede comparar con la aparición del gran José Raúl Capablanca en el concierto del ajedrez cubano. Él mismo se autotitulaba como un lobo. Un lobo con 184 puntos de Coeficiente Intelectual (Einstein tenía 160) agregamos nosotros.
Los mismos que lo quisieron endiosar, a lo cual él se rebeló sistemáticamente, lo destruyeron. El gobierno yanqui le advirtió que si jugaba en Yugoslavia iría preso. Bobby contestó que el que tenía que estar preso era Bush, que era el Gengis Kahn de nuestro tiempo. Esto ya era demasiado para el imperialismo y lo persiguió por todo el mundo, hasta que el gobierno japonés (el lamebotas asiático de EEUU) lo encarceló por usar un pasaporte vencido. El gobierno que le dio asilo político a un asesino y delincuente internacional como Fushimori, metía preso a Fischer por cuenta y orden de Bush. La solidaridad de la comunidad ajedrecística internacional no se hizo esperar y hubo multitud de propuestas de asilo. Fischer eligió Reykiavik por lo que representaba en su pasado.
Bobby Fischer fue una personalidad controvertida. A su lucha por impulsar un mejor trato y una mejor paga para los ajedrecistas (podemos decir que a partir de él nacen los ajedrecistas profesionales) le unía una personalidad individualista y con oscuros matices (son legendarias sus afirmaciones antisemitas y su alegría por la caída de las Torres Gemelas).
El genio se negó a ser utilizado por nadie y se recluyó, su último atisbo de rebeldía – cuando ya no era un chico y, por lo tanto, el “establishment” no le permitía las rebeldías – fue cortado de cuajo y lo llevó a una muerte sombría.
EEUU puede declarar, sin orgullo, que sus dos más grandes jugadores de ajedrez de todos los tiempos – Bobby Fischer y Paul Morphy – terminaron sus días como desclasados y fuera de la sociedad.
Quede para el universo de la solidaridad y la decencia, este párrafo de la carta que Boris Spassky le envío a Bush cuando apresaron a Fischer: “Señor presidente yo también rompí el bloqueo, yo también soy culpable. Apréseme a mí también. Métame en la misma celda junto a Bobby, con un tablero de ajedrez”.




Luís Antón

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