18 de septiembre
El día 16 del Juicio estuvo marcado por el testimonio de un albañil que estaba en la zona y que declaró, aún habiendo sido ferozmente amenazado. El día 18 tuvo como protagonista a un oficinista que vio mucho y aunque la policía lo sabía, nunca lo citó. Cuando vio en los medios que habían matado a Mariano, no lo dudó y se presentó espontáneamente a declarar. El sostenimiento de su declaración tiene también mucho valor, porque este oficinista también fue amenazado reiteradas veces. El asesinato de Mariano, de apenas 23 años, conmovió a todos y despertó el deseo de gente ajena a la movilización de aquel día, de que esta vez haya justicia.
La audiencia se prolongó hasta última hora. Se produjeron dos testimonios de los cuatro que habían sido citados y fueron contundentes contra los acusados. Uno de los testigos declaró haber visto cómo retiraban tres de las armas del lugar de los hechos y comprometió aun más a Pablo Díaz. El otro identificó claramente a Favale como uno de los tiradores.
Las defensas se empeñaron en largos y hostiles interrogatorios que no lograron hacer mella ni en los dichos ni en el ánimo de los testigos. Por el contrario, los testigos parecían ganar seguridad a medida que crecían la impaciencia y la agresividad de los defensores. El tribunal no tuvo más remedio que impugnar la línea de las defensas, cuyos interrogatorios calificó como “policíacos”, y llamarle severamente la atención a Alejandro Freeland, el defensor del ´Gallego´ Fernández, quien evidentemente fastidiado por la solidez de los testimonios, polemizó y atacó a los testigos –e incluso, a los abogados querellantes. Por momentos, la audiencia se tornaba a la vez tensa y tediosa.
Mientras tanto, fuera del tribunal, la Junta Electoral de la Unión Ferroviaria –integrada exclusivamente por la lista Verde que responde a José Pedraza- proscribía arbitrariamente a varias de las listas de oposición que se presentaron para las próximas elecciones del gremio. Entre ellas, a la lista Gris, formada por los compañeros de Mariano Ferreyra en el ramal Roca. El temor a perder la elección sindical es un reflejo del hundimiento de Pedraza y su banda en el juicio y de su cada vez más evidente retroceso. Es una burocracia sostenida con pulmotor desde el poder político. El repudio popular hacia ella no podría ser mayor.
José Pedraza no concurrió a la audiencia. Sí lo hizo su segundo, ´El Gallego´ Fernández. Su semblante era francamente el de una persona acabada.
“Negro, le dimos, le dimos”
El primero en declarar fue José Sotelo, un hombre que ese mediodía salía de la casa de unos amigos en Barracas y se dirigía a su oficina. Había pasado la mañana con ellos conversando y tomando mate. Caminaba hacía la avenida Vélez Sarsfield cuando se encontró en medio de un infierno. “Estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, dijo. Su testimonio fue muy valioso. Y valiente, porque Sotelo presentó más de una docena de denuncias por amenazas y hechos intimidatorios vinculados con la causa. En una oportunidad, fue secuestrado durante horas por personas armadas que le exigieron que cambiara su declaración a favor de Pedraza.
“Caminaba por la calle Luján hacia la avenida, cuando escuché gritos a mis espaldas. Era un grupo numeroso de personas con ropas de ferroviario que venía corriendo, insultando y portando palos y varillas metálicas en sus manos. Delante de mí, había una columna de gente que se dirigía hacia Vélez Sarsfield. Yo no alcancé a ver a esa gente pero veía las banderas que llevaban en unos palos altos. Seguí caminando. Yo iba de traje y me parecía evidente que nadie iba a pensar que yo tuviera que ver con esa situación. De pronto, veo que un grupo empieza a agredir verbalmente a unos periodistas, una chica y un camarógrafo. Camino unos pasos y veo dos personas de espaldas que sacan dos armas y apuntan. Creí que iba a empezar un tiroteo y me tiré cuerpo a tierra detrás de un auto. Escuché tiros. Cuando se apagaron, me levanté y veo que estas dos personas le entregan sus revólveres a un tercero y le dicen ´negro, le dimos, le dimos´. Esa persona se guardó las dos armas en la cintura, una atrás y otra adelante. Atrás tenía además una pistola tipo 9 milímetros”. Sotelo escuchó que el que las recibía les dijo a ambos ´bueno, vayan y háblenlo con Pablo´. Pablo Díaz, de la Comisión de Reclamos del Roca, era el jefe operativo de la patota en el lugar de los hechos y mantenía contacto permanente con Pedraza y Fernández a través del teléfono del segundo. Las personas que identificó Sotelo fueron los detenidos Juan Carlos Pérez y Guillermo Uño. El tercero todavía no fue individualizado.
Apenas pudo, pasados varios minutos, Sotelo siguió camino hacia la avenida. En la esquina de Vélez Sarsfield y Luján, se detuvo un patrullero y lo abordó un policía. Le preguntó ´si había visto algo´. “Sí, algo vi”, le contestó Sotelo. El policía tomó nota de su nombre y de su número de teléfono. Nunca lo convocaron a declarar. Sotelo dijo que se enteró de la muerte de Mariano y de los heridos por los medios y que se presentó a declarar espontáneamente.
El interrogatorio de los defensores fue patético, por momentos hasta infantil. Hicieron docenas de preguntas sobre de dónde venía, quiénes eran sus amigos, hacia donde se dirigía, a qué se dedicaba, dónde había estudiado y cosas por el estilo. El tribunal tuvo que hacerles una advertencia a los abogados defensores. Hasta la habitualmente adusta defensora del policía Villalba , Valeria Corbacho, se mostró irritada y levantó la voz. Sotelo contestaba cada pregunta con soltura y seguridad.
Cuando las cosas van mal, la exasperación conduce a resultados aún peores, al punto que el defensor Lagos logró -involuntariamente, claro- que Sotelo identificara a González, fácilmente reconocible porque lucía un cuello ortopédico, como uno de los que amenazó al equipo de C5N.
El testimonio de Sotelo se extendió hasta pasado el mediodía. Una vez finalizado, el doctor Igounet presentó el enésimo pedido de excarcelación de su defendido, Guillermo Uño. Algo ridículo, para decirlo en pocas palabras. La fiscal se opuso inmediatamente y el tribunal difirió su resolución hasta la próxima audiencia. En estas cuestiones, el código de procedimiento no contempla que las partes acusadoras opinemos. Es evidente que no hay razón para soltar a Uño. Mucho menos a esta altura del proceso. Las hay sí, en cambio, para que éste pase el resto de su vida tras las rejas.
Recordemos, de paso, que Igounet fue quien introdujo en la causa al ´perito´ Roberto Locles, actualmente procesado por alterar -delante de media docena de testigos- la bala que mató a Mariano con el objetivo de invalidarla como prueba.
Una patota es una patota
Al regreso del almuerzo, el malhumor de los defensores era evidente. Y llegó el testimonio de Ariel, compañero de militancia de Mariano en la zona sur, para desatar finalmente su fastidio.
Ariel narró los hechos. Detalles más, detalles menos, una vez más se escuchó en la sala el relato del ataque criminal de la patota. Ariel reconoció a Favale como uno de los tiradores, algo que ya había aportado durante la instrucción. Declaró apenas tres días después del crimen de Mariano. Otros compañeros del PO, antes que él, habían descripto en la fiscalía a un tirador muy similar al barrabrava de Defensa y Justicia. “Cuando vi en el diario la foto de Favale con Sandra Russo, dije ´¡fue este al que yo vi tirando!´, y llamé a los compañeros para ir a declarar lo antes posible”. Era una de las imágenes que los periódicos reprodujeron de la cuenta de Facebook de Favale, en las que se lo veía sonriente junto a la panelista de 678, Amado Boudou y Alberto Sileoni, entre otros, en la peña “La Epoka”, organizada por Boudou, con invitaciones.
Ariel declaró ante la fiscal ese mismo día. (La presidenta Cristina Fernández, varias semanas después del asesinato de Mariano, atacó al PO delante de su familia: ´¿cómo es posible que la gente del Partido Obrero no pueda identificar al tirador?´, bramó; doble infamia: ahora sabemos, además, que el “testigo clave” aportado por el gobierno era parte integrante de la patota).
Las preguntas de los defensores pretendían enredar a Ariel con minucias. La defensora de Favale fantaseaba con ´contradicciones´ entre su testimonio en la sala y su primera declaración que no existían. Ariel clarificó todo en un santiamén.
Alguien inquirió si “había corrido a los ferroviarios”. Ariel contestó: “yo corrí CON los ferroviarios a la patota”. Freeland impugnó que se refiriera a la patota como tal. “Ustedes eran una patota”, llegó a decirle. “Nosotros no somos ninguna patota, usted está muy confundido”, se le plantó Ariel. Freeland estaba desatado, muy hostil. Recordemos que defiende a una persona que no estuvo físicamente presente en el lugar de los hechos. Ocurre que Freeland es consciente de que, si la patota cae, el camino conduce inevitablemente a Pedraza y Fernández, los únicos con la autoridad necesaria sobre el aparato de la Unión Ferroviaria que podían ordenar un ataque de las características que tuvo el del 20 de octubre de 2010 en Barracas. Y la cosa viene cada vez peor para ellos.
El golpe de gracia llegó al final. Le exhibieron a Ariel un video en el que Favale aparecía durante apenas unos segundos sobre las vías, en una situación completamente distinta a la de la calle Luján o a la de la foto con Sandra Russo. “Ahí está Favale”, señaló Ariel al instante.
Las luces se prendieron y la sala se vació inmediatamente. Parecía el cine, pero era el juicio oral y público por el feroz asesinato de Mariano, por las graves heridas contra Elsa y contra otros compañeros.
Hasta el jueves.
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